martes, 26 de junio de 2012

rachas de averías y la batidora que colmó mi paciencia

Vivir solo, es básicamente, aprender cosas. Día tras día. Desde el primero que yo me quedé sola en esta casa hace ya más de un año y ocho meses hasta hoy, no he dejado de aprender. La mayor parte, cosas jodidas, no nos engañemos. Y otras buenas, claro.
Una de las malas, que para todo el que viva solo no será una sorpresa, es que las averías van por rachas. De repente un día, tus electrodomésticos hablan entre sí. Y dicen “oye, y si nos estropeamos todos a la vez”. A ellos debe parecerles la leche de divertido. Pero claro, el resto de las cosas de la casa les oyen. Y dicen “a esta juerga me apunto yo, hombre”. Y entonces un día, empieza a estropearse todo, a dejar de funcionar, a caerse, a romperse… a joderte la vida. Tu casa y tus cosas se descojonan de ti mientras van minándote la moral.
Luego, cuando ya todo se ha estropeado y estás desquiciado y al borde del suicidio, las cosas empiezan a funcionar. Poco a poco. Y tú vas ahí con miedo, con pies de plomo, temiendo dar un paso en falso. Yo he pasado ya por dos o tres rachas de estas desde que vivo sola. Más las que viví en pareja. A veces creo que desde que te independizas, sea del modo que sea, todo es una racha de horror, suavizada temporalmente por pequeños descansos que impiden que te tires por un puente.
Y aún así, no me quejo. Que me oyen mis cacharros y empiezan a joderse. Hace poco, cuando aún creía estar en un buen momento, se me rompió mi taza favorita del desayuno. Y lo supe. Ya la había liado, ya iba a entrar en crisis de nuevo. Entonces se estropearon las luces del coche. Se fundió una bombilla de la cocina, que son complicadas de cambiar de narices. Y se me rompieron unas cuantas cosas más. Entre ellas, el corazón hecho añicos.
Pero el colmo que me hizo perder los nervios, fue la batidora. Mira que la uso poco, pero coño, era mi batidora. Y la otra noche que vino una amiga a cenar, decidí hacer mayonesa. Empecé muy bien y a mitad… un ruido raro y olor a quemado. Mierda. Vuelvo a pulsar el botón. La batidora empieza a vibrar en modo terremoto, empieza a oler muy, muy raro. Me da una descarga. Se corta la mayonesa. Así que me eché a llorar desconsoladamente mientras mi amiga, con todo el amor del mundo y tratando de no reirse, me quitaba de las manos el bote con el potingue blancuzco, la batidora echando humo y las cuchillas pringosas.
Y esto no puedo arreglarlo yo solita, no es una pieza, no es algo que tenga solución. Es una estúpida batidora que ha muerto. Y no me queda otra que comprar una nueva.
Además, tengo miedo. Porque la racha empieza, pero no sabes cuando va a acabar. Así que a cruzar los dedos, a rezar y a tratar de no hacer nada para que pase el temporal con los menores daños posibles.
Por favor, por favor, electrodomésticos queridos, no os estropeéis. Mamá no tiene dinero para arreglaros ni sustituiros. Así que sed buenos y prometo usaros lo menos posible, manteneos limpitos y todo lo que queráis. Pero no me jodáis más, haced el favor.

viernes, 22 de junio de 2012

una de mecánica

Ser una mujer soltera e independiente suena que te cagas de bien. Pero la realidad es bien distinta. Y más si mides 1,60 y pesas 45 kilos (y bajando). Y más si eres mona. Y más si eres rubia. Porque todos los hombres te miran así como si les dieras penita. La pobre rubia desvalida y diminuta que necesita mi ayuda.
Yo no soy una persona lista. Ni mañosa. Ni observadora. Ni tengo paciencia. Ni nada de nada. Sólo tengo una virtud para esta aventura de enfrentarse sola al mundo: que soy muy decidida. ¿Que hay que hacer un agujero? Pues yo cojo el taladro y a ver qué pasa. ¿Que hay que cambiar una bombilla? Pues yo me encaramo a la escalera y a ver qué pasa. ¿Que hay que apretar tuercas y poner tornillos y abrazaderas? Pues cojo mi llave inglesa y ese otro cacharro que no sé cómo se llama y a ver que pasa. Y así con todo. A ver qué pasa. Porque la madurez me ha enseñado que las consecuencias de las cosas en general no son para tanto. No hay tanto que perder por intentarlo. Así que dale. A ver qué pasa.
Mi última aventura ha sido con el coche. un día descubrí que las luces del freno no se apagaban. De puta madre. Porque ser una mujer soltera e independiente es regular, pero encima ser pobre ya es el colmo. Y en los talleres te timan, eso lo sabe todo el mundo. Así que maldije en arameo y llamé a mi exnovio Gui, que utiliza su única neurona para cosas de coches. Una cosa es que me defienda sola y otra que no pueda preguntar. Además él me conoce y puedo hablarle con mala hostia sin que se asuste demasiado. Le conté lo que pasaba y me dijo:

-         Ahhh, eso es la fleribrestres del pedal.
-         Si, eso creía yo.
-         Eso es muy fácil. Tú cojes, desmontas los plumbercios y desatornillas los candimborcios y luego ya…
-         Sí, sí, muy fácil todo.
-         ¿Quieres que vaya yo y te lo haga?
-         No. No quiero. – estoy de muy mal humor y no quiero la ayuda de ningún hombre para nada, allá y me muera en el intento.
-         Pero mujer, que no me cuesta. No te pongas tú a llenarte de grasa y a mancharte y a hacer extraños tirada por el suelo.
-         ¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿No puedo hacerlo? ¿Tengo exceso de estrógenos para poder hacer eso? ¿Tener tetas me lo impide?
-         No… el tema es que igual no aciertas…
-         ¿NO? ¿por qué mierda no voy a saber hacerlo? ¿Crees que soy tonta? ¿Crees que necesito un hombre para todo?
-         Cariño, ¿estás bien?
-         ¡¡¡No me preguntes si estoy con la regla!!! Ni se te ocurra, ¿me oyes?

Mi pobre ex balbuceó una especie de disculpa y me intentó tranquilizar. Romperé una lanza a favor de los hombres, porque bendita paciencia la suya. Luego me explicó como se llamaba la pieza en cuestión y cómo se cambiaba. Vale, no era tan complicado. Hasta una rubia sabría hacerlo. De hecho, estuve hurgando y llegué a la conclusión de que era totalmente factible hacerlo y ahorrarme la pasta del taller para gastármelo en drogas duras.
Así que al día siguiente me fui a una tienda de recambios que también me indicó mi ex. Está al lado de mi casa y no la había visto en la vida. Les expliqué lo que quería y me dieron una piececilla. La miré y dije muy seria que esa no era porque la clema no iba a encajar. En la tienda había un tipo cachas y tatuado de esos que nos miran a las rubias como si les debiéramos la vida. El tipo me miró con una sonrisa burlona y me dijo:

-         Ah, ¿que lo vas a cambiar tú? ¿Tú solita?

Me giré despacio, y le clavé esos ojos que pongo yo a veces y hacen recular a cualquiera. Sonreí gélidamente y le dije muy despacio:

-         Sí, con los dos cojones que no tengo.

El pobre chico no sabía si reírse o llorar. Así que optó por explicarme con todo detalle lo que tenía que hacer. No sé por qué, tengo la sensación de que esperaba que le pidiera ayuda, que le dijera, “ven y me lo haces tú, oh todopoderosohombre.” Pero no. Le dí las gracias y me fui. O lo arreglo o me lo cargo, pero por mis ovarios que lo hago sola.
Después de unos diez viajes a la tienda de repuestos porque el dependiente era idiota, terminé por arrancarle de las manos el catálogo, buscar la que yo necesitaba y decirle con aire marcial que me encargara esa y me la trajera ipso-facto. Así que la cambié tras unos cuantos forcejeos y romperme una uña. Y ahora funciona. ¡¡FUNCIONA!! Por siete euros con cincuenta he arreglado las luces y me siento de puta madre. Seré una mujer soltera, independiente y pobre, resentida con los hombres, con mala leche y encima rubia… pero me las apaño bastante bien.