miércoles, 9 de mayo de 2012

espuma de poliuretano

Hace ya más de un año tuve que cambiar la caldera del gas. Un coñazo. Y una pasta. Pero ese es otro tema. El caso es que los obreros que vinieron a instalarla, pensaron que el agujero de salida del tubo anterior era pequeño y había que agrandarlo un poco. “Un poco” en jerga albañil significa “líate a mamporros hasta que tires medio muro”. Así que me dejaron un agujero por el que cabía un cocodrilo de dimensiones medianas alrededor del tubo. Y me dijeron “no se preocupe, en un par de semanas venimos a arreglárselo.” Eso, una vez más en su idioma, significa “ya nos has visto el pelo”.
Como la caldera está en una terracita cerrada que uso como trastero, ahí ha estado el agujero sin preocuparme ni un poco. Pero esta primavera unos pajaritos han anidado un poco más arriba y a veces se acercaban a ese hueco pensado que era la cueva de alí ba bá para aves. Y mi gato se relamía como el de los dibujos animados. Así que empecé a pensar que igual debía hacer algo. Luego soñé que por ahí entraban arañas. Y por esas ya sí que no paso. Así que decidí llenar el hueco con espuma de poliuretano, que es una solución barata y rápida y de esas “hazlo tú solito, so memo”.
Así que allá que me he puesto a rellenarlo. Y sí, parece fácil. Pero no lo es. La espuma esa hace lo que le da la gana, se pega a todas partes y se espurrea que da gusto. Así que el hueco está sellado, pero por poco no sello la terraza entera en una especie de fiesta de la espuma mortal.

Consejo uno,  las cosas no son tan sencillas como parecen. Nunca. Es la gran enseñanza de vivir solo. Todo es más complicado de lo que pueda parecer. Por mucho que te mentalices para lo peor, será aún más difícil.
Consejo dos, si usáis espuma de esta, poneos guantes. Y diréis, qué chorrada. Ya. Pues eso he dicho yo. Y ahora no tengo huellas dactilares porque llevo una hora arrancándome cachos de espuma seca y frotándome con piedra pómez para eliminar los restos.